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viernes, 11 de junio de 2010

Un “misterio de amor” la presencia real de Jesús en el pan y el vino


Escrito por Vivian Maldonado Miranda
Jueves, 03 de Junio de 2010 11:12

¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? La pregunta forma parte de la homilía del Papa Benedicto XVI con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud. En el mensaje, el Santo Padre explicaba que “Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre”.



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“El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, como hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión”, predicó el Pontífice el 21 de agosto de 2005.

Acto seguido, prosiguió: “Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo”.

En palabras del Administrador Parroquial de La Resurrección del Señor en Mayagüez, Padre Daniel Hernández, “creemos por fe que la Eucaristía no es una realidad de algo simbólico, sino que es el mismo Cristo que está presente en el sacramento y que ha prometido estar presente todos los días hasta el fin del mundo”, “porque Él mismo lo ha dicho”.

“Cristo está [en el sacramento de la Comunión] en toda su realidad como Dios y como hombre verdadero y se entrega a nosotros para brindarnos las fuerzas necesarias para avanzar por la vida, hasta llegar al término de nuestro caminar”, continuó el Padre Daniel.

Entonces, recordó que “cuando vamos a recibir a Cristo en la comunión y cuando le adoramos, no estamos en contacto con algo, sino con alguien que vive y que nos vivifica”.

“No es solamente que yo lo sienta, sino el efecto de eso en mi vida, que se manifiesta en tu coherencia de vida”, prosiguió, de su parte, el Párroco de Santa Cecilia en Cupey, Padre Danilo Martínez. Sobre el particular, el Padre Danilo explicó que “la comunión nos ayuda a tener los mismos sentimientos de Jesucristo y a cumplir la vocación, tanto personal como de la iglesia”.

Por otro lado, el Vicario General de la Arquidiócesis de San Juan y secretario ejecutivo de la Comisión Arquidiocesana de Liturgia y Piedad Popular, Monseñor Leonardo Rodríguez, citó que en el Evangelio Según San Juan, “Jesús mismo dijo que Él es el pan de vida y el que no come de su cuerpo y su sangre, no tendrá vida eterna”. Además, mencionó que cuando San Pablo advierte que no se puede comer el cuerpo de Cristo sin examinarse, lo hace “porque entiende que no es un símbolo”.

El Vicario ilustró que la presencia real de Jesús en la eucaristía es una certeza que estuvo presente desde los primeros siglos del cristianismo. Al respecto, citó las apologías de San Justino en el siglo 2, donde “él dice que ese pan y vino son el cuerpo y la sangre del Señor”. De igual modo, el ejemplo de los primeros cristianos que dieron su vida “por proteger, respetar y venerar la eucaristía”, que, de haber creído que se trataba de un simple pedazo de pan, jamás lo hubieran hecho.
Atestiguan “milagros” por la Eucaristía PDF Imprimir E-mail
Escrito por Vivian Maldonado Miranda
Jueves, 03 de Junio de 2010 11:10


En Lanciano, el pan se convirtió en tejido de un corazón humano y el vino, en sangre humana del tipo AB que, luego de 1,310 años, se conserva con la misma proporción de proteínas que la sangre fresca.

En Puerto Rico, la presencia real de Cristo en la Eucaristía también obra “milagros”, según aseguran quienes testimonian haberlos vivido.

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En el caso de la feligrés de la Parroquia Perpetuo Socorro en Caguas, Madeline Santiago, aunque el “milagro” no ha sido investigado por la Iglesia, ella afirma que la desaparición de los cuatro tumores que tenía en el intestino, fue obra de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento.

El diagnóstico médico arrojó que los tumores eran cancerosos y que había que intervenir quirúrgicamente. Poco antes de la operación, ella dijo a una enfermera: “necesito a Jesús sacramentado ahora”. La enfermera llamó a capellanía y una ministro de la eucaristía trajo la comunión. “Cuando lo recibo, le dije a Jesús ‘creo en tu poder, ve sanándome’. Escuché una voz tan suave, dulce y delicada, que me dijo dentro de mí, ‘estás sana’”, relató.

En efecto, el “gran milagro” ocurrió. En palabras del médico: “no sé qué pasó, pero cuando te abrí, busqué y busqué y no encontré nada. Yo no tengo otra contestación que un verdadero milagro”.

En el caso de Rosa -identidad protegida- el milagro eucarístico consistió en que sus hermanos se reconciliaran, luego de 16 años sin hablarse uno al otro.

Todo comenzó un viernes, frente al Santísimo, cuando, “de la nada, me viene a la mente esta inquietud de hacer algo para que mis hermanos se reconciliaran”.

Entonces, rompió el silencio y empezó a servir de mediadora por cuatro años, regresando al Santísimo semana tras semana, con la misma petición.

Hasta que, finalmente, se reencontraron los hermanos en disputa. “No se dijeron ni media palabra. Se miraron, se abrazaron y estuvieron mucho rato abrazándose en el mismo medio de la calle del aeropuerto”, describió.

Hoy, opina que esa reconciliación la ayudó a afrontar con fortaleza y amor el diagnóstico de cáncer que recibieron cuatro meses después ella y uno de sus hermanos.

Ambos sobrevivieron.

Para el feligrés de la parroquia Santa Cecilia en Cupey, Xavier Hiraldo Sánchez, uno de los milagros que ha hecho la presencia real de Jesús en la Eucaristía, en la misa diaria, ha sido el vivir la fe en su profesión, siendo un abogado realmente católico.

Pero el mayor, fue la sanación de su hija.

“Cuando nació, salió todo muy bien y de momento, mi hija (recién nacida) se enfermó con una bacteria agresiva en el hospital. Se estaba muriendo”, recuerda. En su desesperación, se negaba a bautizarla, “porque eso era perder la esperanza de que la niña fuera a vivir”.

Hasta que, cuando todo parecía perdido, se dirigió a la parroquia San Lucas y cayó de rodillas frente al Sagrario.

“Lloré, peleé, me quedé callado, hice de todo. Hasta que le dije finalmente, ‘tú me la diste, tú me la quitas, que sea tu voluntad’”, admitió.

Saliendo del sagrario, se topó con el sacerdote. Eran las 8pm. Al contarle lo que sucedía, el cura le responde que el Señor abriría puertas y se dirigieron esa misma noche al hospital, para bautizarla. Al día siguiente, la niña se empezó a recuperar y, a los dos días, la dieron de alta.

El próximo 12 de junio la pequeña cumplirá 8 años. “El Señor hizo la diferencia, Él lo hizo todo”, concluyó.

No comamos indignamente el cuerpo de Cristo


Escrito por Vivian Maldonado Miranda
Jueves, 03 de Junio de 2010 11:13


Comulgar sin haber tenido caridad con el hermano es comer “indignamente el Cuerpo de Cristo”.

Según el profesor de teología del Recinto de Arecibo de la Pontificia Universidad Católica, Padre Neil McQuillan, cuando San Pablo menciona que “el que come indignamente el Cuerpo de Cristo, consume su propia condenación”, hablaba a la comunidad de Corinto.



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“En aquel tiempo, la gente llevaba la comida de la casa y comían juntos en la misa, como Jesús hizo en la última cena. Cada uno traía lo suyo y se compartía. Pero en Corinto, los ricos traían su comida y no compartían con los pobres. San Pablo critica que los ricos estaban, incluso, embriagándose, mientras que los pobres, pasaban hambre”, explicó.

Entonces, destacó que, por la falta de caridad, San Pablo les dijo que ésa ya no es la cena del Señor.

Luego, citó que el Apóstol habló de reconocer el cuerpo y sangre de Cristo.

“Jesús ha dicho: ‘esta copa es la señal de la Alianza Nueva, es mi sangre’. Si uno estudia las alianzas antiguas, nunca son ratificadas hasta que se derrama sangre. Es equivalente al contrato, no es válido hasta que la persona firme con su puño y letra. Por ende, si no hay sangre en la misa, no puede ser Alianza Nueva, porque carece de sangre. La alianza requiere sangre en la copa de Cristo, que no lo veo con los ojos, sino con la fe”, prosiguió.

Subrayó que “el cristiano auténtico” reconoce el cuerpo y la sangre de Cristo. En esa línea, enfatizó que aquél que no lo reconoce y comulga estando en pecado, “está pecando contra el cuerpo y sangre de Cristo”. Puntualizó que esa persona comete “una ofensa contra la divinidad directamente”, pues “la Biblia insiste en que Dios no puede estar donde hay pecado”.

“Por eso es necesario el bautismo antes de la Primera Comunión. Pero si uno ha vuelto al camino de pecado, no se puede comer el cuerpo de Cristo sin reconciliarse. Dios ha dado los medios por el sacramento de la Penitencia, donde uno, humildemente, acepta el perdón en la manera en que Dios quiere dárselo”, concluyó.